domingo, 19 de abril de 2015

El bluf del puf

Un ejecutivo, con mochila, sube las escaleras del metro, sale a la calle, recorre unos metros hasta alcanzar otro tramo de un galimatías de subidas y bajadas de un conocido centro financiero, y al llegar arriba entrega a un necesitado, que a temprana hora está pidiendo, el desayuno: bollos en una bolsa de papel y un vaso de café, recién comprado en uno de los puestos que han proliferado últimamente en el metro.

Un día laborable, a las ocho y media de la mañana, en la misma zona, un joven medio reclinado en un banco de piedra, aterido de frío, dormido, con la capucha puesta, reposa rodeado de los restos del botellón.

Una niña vestida de comunión corretea fuera de contexto por los pasillos de un centro comercial, un miércoles a las siete de la tarde, entre las secciones de reparación de calzado, duplicado de llaves, mandos a distancia y sellos de caucho.

Un indigente con albornoz mugriento con la capucha sobre la cabeza y descalzo entra en el ascensor de una renovada estación de metro. La señora con maleta, que se tropieza con él, expresa su enfado con un "no sé cómo le dejan entrar así".

Retazos de la vida, que se llevan por delante el ensimismamiento, explotan en la cara y te remueven los entresijos. La vida misma.

Luego están las poses, muchas... Como quien lleva el brazo tieso formando un ángulo agudo para sostener el bolso, cual gancho de percha; o le da por poner un sofá hinchable, con sombrilla y alfombrita ad hoc, en plena calle para rebañar votos. Efectista lo es, lástima que la condesita Aguirre, en sus mundos de Yupi, no previera que su amigo Rodrigo Rato se lo iba a pinchar. Adiós puf.
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